Por la Dra. Beatriz Literat, Médica Sexóloga Clínica asesora de Maffei Centro Médico.
N° 50.294
La sexualidad, en su forma manifiesta, ha estado siempre asociada a cuerpos jóvenes y bellos. En los últimos años, a esta ecuación de belleza y juventud se le ha agregado la necesidad de una actitud muy proactiva tanto en hombres como en mujeres. El mensaje que ha estado llegando a la gente es que para disfrutar plenamente de una vida sexual activa necesitan ser jóvenes y atractivos, además de seguros de sí mismos, lo suficiente como para poder “encarar” sin miedo a ser rechazados. Esta especie de paradigma parece reforzarse especialmente en el verano con la audaz y provocativa exposición de los cuerpos por todas partes.
De ser verdad, esto significaría que solo un determinado grupo de la población que reúne estas características serían los afortunados practicantes de una espléndida sexualidad, en tanto que los demás mortales que no poseen estos rasgos tendrían una vida íntima pobre ó incierta. Este tipo de mensajes, recibido por el común de las personas en forma diaria y permanente, crea un mito que por no desmentido termina por convertirse en una verdad por adopción.
En la consulta sexológica inicial es frecuente escuchar comentarios de pacientes como los siguientes: “desde que aumenté de peso ya no me animo” ó “cuando era más joven me dejaba llevar, pero ahora aunque tengo ganas…”ó “me da vergüenza; desde mi operación ya no soy la que era, mejor me intereso en otra cosa” ó “no le puedo garantizar nada a ella, mejor ni empezar”. ¿Quiénes lo dicen? Personas comunes con algo de exceso de peso, tal vez en tratamiento por diabetes u otro problema metabólico u hormonal, mujeres que han pasado por una cirugía que pudo haber dejado alguna modificación corporal o que están atravesando el climaterio. Estas personas, que en un principio no padecían de ninguna disfunción sexual importante, al adoptar la creencia de “ya no estoy para eso” y sostenerla como verdad terminan por convertirla en una profecía autocumplida.
Hace unos meses, Seth Stephens-Davidowitz, un economista de Harvard que realizó un estudio sobre sexualidad con datos de Google y Rachel Hills, una periodista australiana, autora del libro The Sex Mith coincidían en haber hallado que en materia de desempeño sexual, no todo lo que brilla es oro. De lo referido por los encuestados y analizando los resultados de las encuestas surgía que cuando de actividad sexual se trata ni todos los que son jóvenes lo pasan tan bien, ni las lindas o los atractivos se llevan el primer premio.
Es que la sexualidad, y ni los cirujanos plásticos se atreven a desmentirlo, no depende solamente del cuerpo y de sus proporciones. Las personas poseen un activo cerebro sexual que es el motor de un complejo sistema compuesto por partes biológicas como las hormonas que regulan el deseo sexual y por los neurotransmisores que articulan la sensibilidad de la piel con las emociones; por la memoria que remite al significado que cada persona aprendió a darle a las situaciones sexuales con las que se enfrenta; y por su estructura espiritual que lo conduce o no a convertir la intimidad en una experiencia trascendente.
Una pareja que, tratamiento mediante, llegó a sentirse sexualmente muy plena, comentaba: “aprendimos a hacer el amor más con el alma que con el cuerpo y es formidable”. No eran jóvenes ni particularmente atractivos ni impecablemente saludables pero tenían un notable impulso vital y habían recuperado un gran deseo de disfrutar la vida. Y proseguían: “cuando éramos más jóvenes no sabíamos cómo manejar lo mucho que teníamos de vigor, salud y pasión, pero ahora aprendimos a ser magníficos administradores de lo que aún tenemos y entonces el cuerpo hace lo que la cabeza y el corazón le indican”.