Papás lectores para los bebés
Por Rocío Bressia, especialista de Fundación Leer,
www.leer.org
La literatura es una experiencia estética, para quien la
escribe, para quien la lee. Este mundo, el mundo estético, está en los
hombres desde siempre, en todos, sin importar tiempos, costumbres, tradiciones o
culturas. Y está en todos los hombres de un grupo: en los hombres, en las
mujeres, en los jóvenes, en los ancianos y en los niños, hasta en los muy niños.
Y porque se trata de experiencias de goce y placer que no refieren al
entendimiento, engloban a cualquier individuo y no solo aquellos que pueden
comprender el sentido detrás de la obra.
Entonces, ¿leer en la panza? ¿Leer cuando todavía no sabe hablar? ¿Leer
cuando todavía no sabe leer? Sí, sí, sí. Leer textos literarios con los
niños es conectarse con otro uso del lenguaje, un uso que ya no es comunicativo
ni pretende ser comprendido. Se trata de jugar con el lenguaje, una experiencia
con el decir, con las palabras y sus sentidos. Pensemos si no en las canciones
de cuna, en los juegos de balbuceo y en las miles interacciones que una madre
puede tener con su hijo a través de las palabras sin importar que este entienda.
Recomendaciones para padres
La especialista colombiana Yolanda Reyes señala que cuando un niño admite que
odia leer, en realidad no se trata de un gusto, una elección, sino más
bien de malas experiencias, encuentros desacertados con la lectura, desprovistos
de motivación y riqueza. Supone prácticas de lectura aisladas y esporádicas, de
selecciones improvisadas y poco adecuadas.
Crear el hábito lector en los niños, que viene de la mano del
fortalecimiento de las habilidades discursivas, supone un proceso sostenido y
continuo de prácticas significativas, planeadas por adultos mediadores que
intervienen con compromiso y pertinencia.
La lectura, el gusto y el placer que pueden sentirse al leer, son
construcciones culturales creadas sobre la base de experiencias concretas que
los adultos proyectan con los niños. Y no se trata solo de lectura en voz
alta de textos antes de dormir, se trata también de relatos de anécdotas o
experiencias, se trata de juegos de palabras y canciones, se trata de diálogos,
de análisis de algo leído o visto, se trata de escrituras colectivas, se trata
de leer e interpretar imágenes, de elegir juntos los textos en la librería o la
biblioteca. Se trata, en fin, de darle a la palabra un lugar primordial en la
interacción con los niños que no es estrictamente comunicativa sino placentera y
experimental.
El proceso de alfabetización, el proceso de convertirse en lector, no queda
encerrado en el jardín de infantes o en la escuela. Compromete a todos
aquellos adultos que intervienen en la educación de los niños. Y no solo de
actos de animación concentrado en los niños, sino también en aquellas
situaciones en las que el propio adulto proyecta valoraciones de la lectura: no
olvidemos el dicho de enseñar con el ejemplo. Un adulto que lee y disfruta con
esto es un escenario que permite representaciones positivas de los libros.